Este relato fue presentado en la 1a. Convocatoria Surcando Ediciona, a fines de febrero de 2011. Fue publicado en ese sitio junto con otros relatos, cuentos y poemas.
Viajar es uno de los placeres de la vida y si tenemos la suerte de elegir un buen destino, ese placer se multiplica. Las opciones son variadas: viajes a lugares lejanos, a sitios históricos, a parajes recónditos, a ciudades glamorosas, a pueblitos desconocidos, expediciones, safaris, viajes en crucero, en avión o por tierra.
En esa oportunidad tuvimos ansias de estar en contacto con la tierra y saber de nuestras raíces latinoamericanas; fue un modo de apreciar otras culturas y formas de vida. Pudimos optar entre un viaje en avión a una de las capitales elegidas y seguir el paseo en ómnibus a las otras capitales o viajar en ómnibus desde nuestro país, haciendo todo el trayecto por tierra. Elegimos la segunda propuesta y no nos equivocamos. Los paisajes que vimos, los aromas que sentimos y la gente con la que compartimos la excursión fueron inmejorables.
Decidimos visitar el noroeste argentino: las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy, en setiembre. El viaje fue diferente a lo que se hace habitualmente, empezamos en Jujuy y fuimos bajando hasta Tucumán. El clima, en esa época del año (primavera en el hemisferio sur), era caluroso excepto en las alturas y en la noche.
Durante todo el trayecto quedamos extasiados con la diversidad de colores, el cielo azul-celeste límpido, sin nubes. Es un lugar de grandes contrastes: hay montañas, desiertos, quebradas y valles. Los cerros y las montañas se engalanaban con vestidos de distintos tonos por la riqueza de sus minerales. La aridez del paisaje, en la mayor parte del viaje, le daba un color marrón tierra veteado con amarillo y con gris. Habíamos llegado a ese lugar tan mencionado: la Puna, una gran meseta situada a 3.800 m de altura que llega hasta Bolivia y Chile. Es una zona escarpada y árida en la Cordillera de los Andes con vegetación escasa, casi inexistente; sólo crecen pastos duros y cardones. No se ve ganado ni caballos, los animales típicos de la región son las llamas, los guanacos y las alpacas. La vicuña, que estuvo en vías de extinción, ahora se está recuperando por la creación de áreas protegidas.
A pesar de que el noroeste argentino tuvo un aumento de las precipitaciones medias por año durante varias décadas, con un incremento del caudal de sus ríos y las consiguientes inundaciones, lo que vimos fue todo lo contrario. Los ríos que tienen origen en la Cordillera de los Andes estaban secos, algo que no me hubiera imaginado. Esos ríos, caudalosos en su momento, podían cruzarse a pie porque no existían, era una simple franja de tierra seca. Según nos contó el guía las lluvias comienzan en octubre y se prolongan hasta abril, durante el resto del año esa zona se seca.
La Quebrada de Humahuaca, lugar donde se instalaron los primeros pueblos cazadores de la zona hace 10.000 años, es un valle de un atractivo increíble. La UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad en 2003. El pueblo “Humahuaca” se caracteriza por tener calles empedradas y estrechas, casas de adobe y una Catedral en cuyo interior se pueden ver pinturas cuzqueñas. Paseamos a pie por sus calles angostas desde donde pudimos observar las casas con faroles de hierro y acercarnos a los artesanos que vendían sus tejidos, collares y pulseras al aire libre. Me sorprendió ver tanta gente amuchada en la plaza arbolada, frente a la iglesia. Todos esperaban la aparición de San Francisco Solano en el balcón, para que los saludara. Es una imagen mecánica del santo que da tres saludos a la multitud cada mediodía y luego desaparece. Subimos una escalinata muy empinada que nos condujo al Monumento a los Héroes de la Independencia; desde esa altura tuvimos una vista inmejorable del poblado. La tranquilidad del lugar se ve convulsionada por los cientos de turistas que visitan este sitio.
A un kilómetro de Tilcara, en plena Quebrada de Humahuaca, visitamos un sitio histórico donde los omaguacas construyeron viviendas, corrales, sepulcros y un templo. Esta población, Pucará de Tilcara, fue construida en un cerro a 2.500 m sobre el nivel del mar, y gracias al hallazgo de etnógrafos y arqueólogos, las edificaciones pudieron reconstruirse. Los aborígenes custodiaban el lugar desde las alturas de esa fortaleza, hace ya cientos de años. La subida a pie por un camino estrecho y serpenteante requirió mucho tiempo y energía. El paisaje desde ese lugar es hermoso y el color de las montañas es digno de ser pintado. Vimos el Cerro la Paleta del Pintor, un cerro multicolor debido a diversos plegamientos de la tierra en varios períodos distintos, que se encuentra en Maimará, un pueblo en la Quebrada de Humahuaca. En realidad son varios cerros con vetas de distintos colores que conforman la paleta. Nos quedamos embelesados mirando esa belleza; la naturaleza es pródiga y siempre nos sorprende con sus tonalidades diversas.
Purmamarca, (Pueblo de la Tierra Virgen en aimara) es un pueblo que se encuentra cerca de la capital de Jujuy, ubicado al lado del Cerro de los Siete Colores. Es muy chico, pero pintoresco; su urbanización se realizó alrededor de la iglesia, como en todas las ciudades hispánicas. Esta iglesia muy modesta, construida en 1648 con techo de cardón, paredes de barro y adobe, fue declarada Monumento Histórico Nacional en el siglo pasado. Su patrona es Santa Rosa de Lima. Pegado a la iglesia hay un viejo algarrobo, testigo fiel de la historia. La gente del lugar vive de las artesanías que se venden en la plaza, se pueden encontrar prendas de lana de alpaca y de cabra; los tejidos en vicuña son más caros por su escasez. Los tapices, las bufandas, los sacos tejidos, las medias, los gorros y los manteles son de una mezcla de colores tan vívidos que contrastan con el marrón y las tonalidades ocres del lugar. Purmamarca tiene el orgullo de tener como fondo de paisaje el cerro antes mencionado que es de una belleza increíble con sus tonos rojo y púrpura.
En Jujuy, casi en el límite con Salta, visitamos un lugar increíble que tiene doce mil hectáreas de extensión: las Grandes Salinas. El ómnibus nos dejó en un terreno resquebrajado e iniciamos el trayecto a pie sobre una masa blanca, lisa y compacta. Parecía un paraje nevado, con la única diferencia que no era nieve sino sal que refractaba el sol de tal manera que nos enceguecía. Las lentes de sol y el bloqueador fueron imprescindibles para poder soportar el resplandor y los rayos ultravioletas. Los obreros que extraen la sal de forma artesanal nos contaron como lo hacían y las precauciones que debían tomar por el sol. A pesar del calor usaban gorros de lana tejida para proteger su cabeza y su rostro.
Salta es la capital de la provincia homónima, le llaman la Linda. Está ubicada al este de la Cordillera de los Andes, en el valle del Lerma. La ciudad tiene una apariencia colonial, muchos de sus edificios datan de los siglos XVIII y XIX aunque se pueden ver algunos edificios modernos. Su plaza, cuya Catedral tiene como patrona a la Virgen del Milagro, es encantadora.
En el Museo Arqueológico de la Alta Montaña (MAAM), que está ubicado frente a la plaza principal de la ciudad, se exhiben las momias de los niños de Llullaillaco (son los cuerpos momificados que fueron encontrados congelados en las altas cumbres; debido al frío y a la sequedad del aire estaban en perfecto estado de conservación).
A principios de 1900 varios investigadores hallaron momias en las provincias de Salta y Jujuy que son las que se exhiben en distintos museos de Argentina. Algunas tumbas fueron profanadas o dinamitadas por buscadores de oro y sus momias vendidas. A fines del siglo XX, investigadores y científicos encontraron tres niños momificados en la cima del volcán Llullaillaco. Estaban ataviados con sus mejores vestidos para el funeral y posiblemente fueron los “elegidos” como ofrenda para el dios Inca; se supone que eran de origen noble porque sus cráneos estaban ligeramente deformados. Fue tal la impresión al ver sus caras que me sentí indispuesta y tuve que salir a respirar aire.
Subimos al Cerro San Bernardo en un teleférico desde donde la vista panorámica de la ciudad es excepcional. Los turistas pueden ubicarse en los miradores que están colocados en la cima, en un lugar muy arbolado donde hay una cascada artificial rodeada de helechos y plantas tropicales. Con el golpeteo del agua resonando en mis oídos me podía imaginar el recorrido de los peregrinos en el día de la Cruz pasando por las catorce estaciones del Vía Crucis. Además de la cruz pudimos ver al Cristo Redentor.
Fue imposible hacer el paseo en el Tren a las Nubes porque sólo funciona un día a la semana y no fue el día que elegimos, lo que lamentamos. Este tren, que es una excelente obra de ingeniería, parte de Salta, atraviesa el Valle de Lerma y llega a la Puna en un recorrido de más de 400 km ida y vuelta.
Para vivir la típica noche salteña nos llevaron al Boliche Balderrama, un restaurante y peña. En sus comienzos fue un almacén de ramos generales que luego se convirtió en bodegón: punto de encuentro de poetas y cantantes que se quedaban hasta altas horas de la madrugada tocando sus guitarras y que llegó a ser el templo del folclore argentino. Mercedes Sosa hizo conocer esta casona dentro y fuera de las fronteras con su zamba Lo de Balderrama. Si el canto de los artistas me hizo vibrar, el baile del malambo fue espectacular. Comenzó con un zapateo moderado que se fue acelerando hasta que casi no veíamos las botas del bailarín, con un fondo musical de tambores. El súmmum del show lo realizó otro artista folclórico que bailaba malambo mientras revoleaba las boleadoras. La precisión de sus movimientos, el golpeteo de las boleadoras sobre la madera del escenario y el ritmo in crescendo de los tambores nos puso la piel de gallina y nos dejó boquiabiertos. Fue una noche inolvidable degustando los platos típicos de zona y escuchando canciones folclóricas de distintos grupos de músicos.
La noche siguiente fuimos a La Panadería del Chuña, un restaurante familiar donde presentan un show de cantantes y bailarines folclóricos. Como anécdota jocosa, una de las integrantes del grupo de viaje fue invitada a subir al escenario para bailar una chacarera con unos de los bailarines de la peña. Como vestía pantalones, le tocó hacer el zapateo mientras que el bailarín se colocaba un mantel a modo de falda para hacer el zarandeo. Entre “primera”, “segunda” y el grito de “a la voz de aura” nos hicieron reír muchísimo. Pasamos un lindo rato rodeados de gente divertida y disfrutando de platos autóctonos.
El Parque Nacional Los Cardones es un lugar muy solitario y árido donde el cardón (cactus gigante con espinas) es la planta característica. Se pueden ver en las laderas de los cerros y cuentan las leyendas que se los confundía con los indios del Valle Calchaquí. El cardón tiene agua en su interior, a pesar de su apariencia seca sirve para aplacar la sed, y sus espinas vuelcan gotas que son absorbidas por las raíces ubicadas en la superficie. La tierra marrón rojiza, el verde de los cardones y sus flores blancas, el cielo celeste y los yuyos marrón verdosos crean una imagen digna de ser pintada.
San Antonio de los Cobres es un pueblo minero que le debe su nombre al mineral que se encuentra en sus sierras. Tiene pocos habitantes, pero es muy visitado por turistas especialmente el 1º de agosto de cada año, fecha en la que se celebra la Fiesta Nacional de la Pachamama. La gente va en procesión, cava un pozo en la tierra y comienzan a arrojar comida autóctona y bebidas espirituosas lo que le llaman corpachar o dar de comer a la tierra. Esta creencia en la Pachamama, que es la Madre Tierra, es prehispánica, se remonta al tiempo de los incas. Ella hace crecer los cultivos, mejora las cosechas, multiplica el ganado, cuida los animales y bendice a los artesanos.
Emprendimos el camino a Cafayate e hicimos una parada en el Anfiteatro que es un grupo de formaciones rocosas imponentes que están ubicadas en forma semicircular con un hueco en el medio. Te sientes una hormiga entre montañas y llega un momento en que está casi oscuro porque el hilito de luz que entra por algún pliegue de las montañas es mínimo. Al costado del camino, lugar donde estaban estacionados los ómnibus de excursiones de distintos países, se encontraba un artesano lugareño, un señor muy mayor que había desparramado sus artesanías sobre una mesa rudimentaria. La expresión de ese hombre, las arrugas de su cara por las inclemencias climáticas y por la edad, quedaron grabadas en mi retina. Tenía una llama que era la admiración de todos los turistas que querían ser fotografiados con ella. No presté atención a la llama, sino a la figura de ese hombre, sus manos y su cara resecas por la falta de hidratación y su mirada perdida en el horizonte
Cafayate es una ciudad en los Valles Calchaquíes que se destaca por su vino torrontés. Visitamos una bodega llamada Vasija Secreta; fue una visita guiada con explicación de su producción y con degustación. Quedamos gratamente impresionados por el lugar, por los conocimientos del enólogo y por la variedad de vinos. Un dicho local reza “Si vino a Cafayate y no tomó vino, ¿a qué vino?”, por lo tanto probamos el cabernet y el torrontés que nos parecieron deliciosos. El primero presenta un color rojo rubí fuerte con fondo negro profundo y un aroma complejo especiado mezcla de frutas secas, ciruelas, aceitunas negras y toques de chocolate y pimiento. El torrontés despliega un tono amarillo verdoso con reflejos acerados o leves tonos dorados. Su aroma es fresco, frutado y floral, con una mezcla de pera, ananá, durazno, naranja y pomelo, flores de tilo, orégano y miel.
San Miguel de Tucumán fue la última ciudad que visitamos; nos hospedamos en un hotel céntrico y pudimos ver el movimiento diurno y nocturno. Ciudad de gran importancia para los argentinos porque ahí se declaró la independencia de su país el 9 de julio de 1816. La Catedral es magnífica, pero me encantó una iglesia que lucía frescos de batallas sobre sus paredes, en vez de las típicas imágenes religiosas. Además pude ver por primera vez una figura de una virgen embarazada: la Virgen de la Dulce Espera.
Mi compañero de viaje (y de vida) prefiere observar y grabar todo en su retina y en su memoria; yo quiero hacer todo a la vez, observar, sacar fotos, filmar y escribir notas del viaje. Me encantaría volver, pero eligiendo menos lugares para poder quedarme más tiempo. Hay destinos que son lugares de ensueño que vale la pena repetir.
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