Misión cumplida

Era la madrugada de un día gélido y nevado cuando llegó a su casa cansado, pero feliz. Se quitó las botas y las dejó al lado de la puerta como de costumbre, luego el gorro y el abrigo. Su casa era cálida y acogedora; se dirigió a la estufa y avivó el fuego. Una taza de chocolate caliente le daría energía renovada. Se manchó la barba blanca como era habitual. Ese rito se repetía año tras año.

—Misión cumplida. Fue un año de dedicación y trabajo arduo, no es fácil hacer millones de juguetes para todos los gustos. Cada año tengo más duendes ayudantes, pero antes no necesitaba tantos. Claro, ahora hay más niños en el mundo. Con solo imaginar la carita de felicidad de esos niños al despertar y ver sus regalos dentro de las medias o debajo del arbolito, siento un inmenso placer.

Se dirigió al espejo y se miró durante largo rato. Al no tener el abrigo puesto pudo ver su contorno de forma más nítida. Debajo de la barba blanca colgaba una gran papada, y al ponerse de perfil sobresalía la barriga. Tomó la cinta métrica y se midió, luego tomó el cinturón negro de cuero y quiso ajustarlo, pero pudo abrocharlo en el último agujerito.

—Es hora de que empiece a adelgazar, si sigo comiendo tanto llegará un momento que no pasaré por la chimenea y no podré realizar mi cometido. Además me estoy haciendo viejo y no tengo la agilidad de antes. Mis renos, mis grandes amigos, tendrán que esforzarse más para llevarme en el trineo. No es justo que deje esperando a mis amiguitos, todos los niños del orbe.

Se agachó y removió las brasas con los atizadores. Pensó que ya no repartiría carbón a los niños que se habían portado mal, eso nunca le había gustado.

— En realidad no hay niños que se comporten mal todo el año, hacen alguna travesura de vez en cuando, pero son buenos por naturaleza. Es incómodo llevar las bolsas de carbón además de sucio. Me lleno de hollín cuando me deslizo por la chimenea, eso es suficiente.

Papá Noel se acostó porque le esperaba un día muy agitado, y se durmió en un rato. Al día siguiente llamó a los duendes y los citó en su casa para el almuerzo. Les comentó su idea de no llevar carbón el año siguiente. Si un niño se portara mal, ya tendría suficiente castigo al saber que no había actuado bien. Les comunicó que cuidaría su salud para poder cumplir con su compromiso.

Empezaron a anotar los regalos que fabricarían para el próximo diciembre. Tuvieron que comprar muchos cartuchos de tinta para imprimir semejante lista. Comieron, bebieron y cantaron festejando la Navidad que había culminado y los preparativos para la Nochebuena del año siguiente.

Papá Noel también pidió un deseo: poder cumplir con su misión de hacer felices a tantos niños.

Presentado en la última convocatoria de este año de Surcando Ediciona.

Escritora: Rosina Peixoto

Ilustradora: Marta Herguedas

Correctora: Mariola Díaz-Cano

Género: Narrativa, cuento corto

Este cuento es propiedad de Rosina Peixoto, y su ilustración es propiedad de Marta Herguedas. Quedan reservados todos los derechos de autor.

 

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Feliz Navidad

Les deseo una feliz Navidad en familia. Gracias por seguirme. Un abrazo.

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El diario de Mush

Día 1:
Nunca podré olvidar ese paraguas rojo con pintas blancas. Pensarán que hay miles iguales. No. Ese era especial, brillante, jovial y distinguido. Fue mi primera visita al bosque de coníferas y sé que volveré otra vez.

Día 2:
No pude dormir pensando en mi visión de ayer. Quisiera recordar más detalles; no estoy seguro de lo que vi. ¿Era un paraguas rojo o un sombrero? No importa, era grandioso. Dentro de un rato saldré a caminar e iré por la misma senda. Tal vez tenga suerte y lo vuelva a ver.

Día 3:
Ayer fue mi día de suerte. Cuando cruzaba el bosque de pinos, me senté a descansar y apoyé la cabeza sobre el tronco de un árbol. De repente apareció ELLA, grácil, sigilosa y etérea con una cesta en la mano, cubierta por una tela de lunares con un bordado que decía “AMANITA”.

Día 4:
Mi encuentro con Amanita fue excepcional. Intuyo que ese es su nombre. Cuando me vio, se hizo la interesante. Creo que le gusté a primera vista. Intercambiamos unas palabras sobre el tiempo, la venida de la primavera y el peligro de la deforestación. Es tan frágil, tan linda. Quiero volver a verla.

Día 5:
Estoy feliz. En casa se dieron cuenta de mi cambio de humor y me preguntaron cuál era el motivo. Les dije que se llamaba Amanita. Mi padre puso el grito en el cielo y dijo que ese nombre no era bienvenido en la familia Room. Ellos sabían muchas cosas de Amanita y no la aceptarían en su hogar.

Día 6:
Estoy desolado. Es muy triste saber que mi familia nunca aceptará a Amanita. Creo que son injustos con ella. Tendré que averiguar cuáles son los motivos de ese rechazo.

Día 7:
Ayer pasé el día entero buscando en Internet. La mayoría de los resultados decían que Amanita es venenosa, nociva para la salud y alucinógena. Su consumo puede provocar mareos, pérdida de conciencia y calambres, náuseas y vómitos. Lo que parecían ser inocentes pecas blancas, son tremendas verrugas y esos anillos que tiene en el pie no son accesorios, sino parte de su base bulbosa. Estoy devastado.

Día 8:
Es muy difícil aceptar la propia equivocación, pero es algo humano y sería de locos persistir en el error. Ahora entiendo todo, su presencia me embriagaba, sus toxinas actuaban sobre mi sistema nervioso y no podía ser yo, era otro. Gracias al apoyo de mi familia, pude superar ese trance.

Moraleja: No te fijes en el envase, lo que realmente vale es el contenido.

Mush Room

Presentado en la 5a. convocatoria de Surcando Ediciona.

Autora: Rosina Peixoto

Correctora: Mariola Díaz-Cano

Ilustradora: Ester Salguero

Género: narrativa, diario

Este cuento es propiedad de Rosina Peixoto, y su ilustración es propiedad de Ester Salguero. Quedan reservados todos los derechos de autor.

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Lazos de sangre


Era un día como cualquier otro. Roberto se disponía a salir a trabajar cuando escuchó en la radio que una persona estaba grave y necesitaba un riñón. El  paciente conservaba un solo riñón que ya no funcionaba y sus días estaban contados.

En flashback Roberto recordó a su hermano mellizo, sus problemas renales, la desaparición de su padre y la muerte de su madre. Era una historia trágica que muchas veces se había negado recordar.

Años cincuenta. Rosa y Gerardo eran una pareja como tantas. Se habían casado por amor y el hijo tan ansiado estaba por llegar. Hijo que se hizo esperar, habían pasado cuatro largos años y Rosa no quedaba embarazada.

Una fría mañana de invierno tuvieron una sorpresa: no era uno sino dos. Roberto, el que nació primero, era al que le habían elegido nombre. Al otro hijo le pusieron Ricardo, como su abuelo materno.

Los primeros años fueron difíciles para la familia; el padre era camionero, hacía viajes a larga distancia. Podía ayudar muy poco en las tareas cotidianas ya que nunca estaba en el hogar. Rosa hacía todo el trabajo doméstico, se multiplicaba para atender a sus hijos y la casa.

Un día no se supo más de Gerardo. Fue visto por última vez en Paraguay, y desde ese día no hubo rastro de él. Rosa no podía trabajar por atender a los niños. Su hermana Elsa, que tenía una posición económica más acomodada, los llevó por un tiempo a la capital donde vivía, para que pudieran acceder a una mejor educación  y tener un futuro asegurado.

Ricardo era un chico inquieto, sociable y divertido; Roberto era tímido, callado y dócil. A su madre la veían en Navidad y ella estaba contenta de ver que los dos se habían convertido en muchachos de bien, por lo que agradecía infinitamente a su hermana. Años más tarde Rosa fue encontrada muerta. Su corazón desgastado por la angustia, la tristeza y el trabajo no le respondió.

Años ochenta. Preparaban el casamiento de Ricardo cuando este desapareció sin dejar rastro. La novia no podía creer lo que estaba sucediendo, tampoco Elsa ni Roberto.

—La historia se repite,— pensó Roberto—primero mi padre y ahora mi hermano.

Pasó el tiempo, Roberto formó su familia, prosperó y se convirtió en un conocido hombre de negocios, poderoso, pero generoso a la vez. Ayudaba a cuanta organización de beneficencia estuviera necesitada.

Ahora se encontraba en la puerta del hospital. Una fuerza incontrolable lo había empujado hacia ese lugar. Pronto le estaban haciendo exámenes de compatibilidad y estaba dispuesto a ser donante.

Lo operaron para sacarle un riñón y se lo implantaron al enfermo. Cuando estaban en el postoperatorio, se encontraron. Se produjo el milagro que ambos habían añorado.

El destino logró que los hermanos se juntaran. Las Navidades son diferentes, una familia grande y unida como lo había soñado Rosa. Los lazos de sangre son indestructibles.

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Este cuento lo escribí para el Concurso «Los Hermanos» de Aldeas Infantiles que vencía hoy. No lo mandé porque si bien trataba el tema central que ellos proponían, me pareció demasiado trágico y triste.

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Un santo desvestido


Lucrecia era experta en vidas ajenas, esa era su profesión. Única mujer entre siete hermanos varones había quedado “para vestir santos”. Y no era porque fuera fea, pero tenía una lengua viperina a la que todos temían. No había pareja, mujer soltera, viuda o divorciada que perdonara. Sus sobrinos la llamaban la “solterona” y todos decían que  sería imposible que consiguiera un “buen partido”, ni siquiera “un partido” a secas. Nadie se imaginaba cómo conocía obra y arte de los residentes de esa ciudad, que no era tan chica para llamarla pueblo.

Sin embargo, tenía un grupo de amigas casadas que, sin sentir mucho afecto por ella, concurrían asiduamente al té que organizaba los martes. Era tan lengua larga que a veces se olvidaba de las personas que estaban sentadas a la mesa y dos por tres contaba algún cuento que involucraba a integrantes de sus familias. Y sus amigas eran tan chismosas que se reunían para saber qué pasaba entre las sábanas de algunos conocidos.

Es que Lucrecia parecía haber estado entre esas sábanas o debajo de la cama de los que estaban de turno. Mujeres  frígidas o ninfómanas, hombres con eyaculación precoz o con problemas de erección, mujeres que eran infieles a sus maridos con dependientes, hombres que se acostaban con el servicio doméstico. Le encantaba contar esas historias que involucraban a gente con diferencia de edad o de diferentes estratos sociales.

Entre masitas y té, Lucrecia “vomitaba” las más sorprendentes revelaciones. Ese martes le había tocado al boticario más viejo de la ciudad, Don Ambrosio. Ambrosio era conocido por ser muy mujeriego, se había casado tres veces y había tenido un sinnúmero de amantes, hijos legítimos e ilegítimos, y un bagaje de experiencia pasional como ninguno.

Las amigas de Lucrecia coincidían que Don Ambrosio era desagradable, tenía pinta de libidinoso, pero “algo” debía tener para enloquecer de esa forma a tantas mujeres. Todas estaban ansiosas por saber quién era la amante de turno.

–          Calma, chicas. Vamos de a poco porque la indigestión será grande. Ayer de tardecita venía de misa y, como lo hago diariamente, pasé por la botica. Me quedé mirando la vidriera porque tenía que comprar pastillas de eucaliptus para la tos. Qué sorpresa cuando veo que detrás del mostrador no estaba Don Ambrosio como de costumbre. La puerta de la botica estaba entreabierta y me deslicé hacia adentro. Cuando subo a la balanza para pesarme siento una respiración entrecortada, luego veo que una prenda íntima sale volando por encima del mostrador y comienzan los gemidos.

Les juro que fue la primera vez en la vida que me sentí fuera de lugar. No atinaba a nada, a pesar de mi “cancha” en temas de este tipo. Pero en vez de desandar lo andado, golpée mis palmas y pregunté :

–¿No hay nadie que atienda?

Se seguía oyendo una respiración entrecortada, Don Ambrosio logró ponerse en pie, pero los pantalones los tenía por la rodilla y su cara era color granate.

–          ¿Se ha caído Don Ambrosio? No lo veo bien, parece que le ha dado un golpe de presión. ¿Llamo al médico?

Con la voz entrecortada me dijo:

–          No, está todo en orden. Fue solo un mareo. Voy a cerrar la botica ahora. Si no le incomoda la atenderé mañana.

–          No se preocupe, no es nada urgente. Mañana volveré- le dije y me di media vuelta para retirarme. Cuando estaba casi en la puerta, recordé que había dejado mi cartera sobre el mostrador. Vuelvo y… ¡Qué bochorno! Veo a la chica que atiende el comercio de al lado, la Tienda El Relámpago, que se estaba poniendo la ropa interior y arreglando el cabello. ¿Se dan cuenta? Qué viejo verde, qué  baboso!

De repente Clementina, una de las invitadas al té, se levanta del asiento como una tromba, agarra su tapado y su cartera y empieza a sollozar:

–          ¿Se puede creer en los hombres?, son todos unos falsos. Me juró que yo era la única con la que se ejercitaba detrás del mostrador desde que su esposa Filomena lo dejó.

Ya nadie se reúne en la casa de Lucrecia para el té de los martes. Dicen las malas lenguas que los martes la botica cierra y que Lucrecia no va a misa ese día. Además, varios transeúntes han sentido voces, gemidos y han visto volar objetos no identificados por encima del mostrador.

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Un cuentillo sencillo

Era viernes por la noche. La señora Ventura había llamado a la agencia de fumigación para que exterminara todo tipo de insectos que hubiera en su casa. Le resultaba muy desagradable ver cucarachas, les tenía una fobia desmesurada. Las moscas y mosquitos eran molestos. Los grillos no la dejaban dormir, aunque no sabía si quería que estos bichitos murieran, porque era muy supersticiosa y le habían dicho que matarlos traía mala suerte. Los insectos menos molestos, las polillas, le habían comido toda la ropa de invierno.

Se dio cuenta un día que decidió guardar la ropa de verano y de media estación para sacar las prendas más abrigadas. ¡Qué tristeza! Todas tenían agujeritos por doquier. Además la señora Ventura acostumbraba a guardar ropa que le había quedado chica: propia, de su marido, de sus hijos…; la iba amontonando en la parte más alta de los placares.

Los empleados de la agencia de fumigación, con máscaras y todo el equipo adecuado, hicieron el trabajo a la perfección. No se podía aguantar el olor a desinfectante, pero eso era mejor que estar invadidos por los insectos. La batalla campal había empezado. Para asegurarse de su triunfo, esta señora se había cerciorado de que no quedara una polilla, colgando bolitas de naftalina de cada percha.

Macarena era ajena a esa batalla. Le interesaba jugar a las muñecas en su habitación y salir al patio a conversar con su perro. Era una niña diferente, ya que podía entender el lenguaje de los animales.

Mientras dormía en su habitación, sintió algo que le tocaba la cara y lo sacudió con su mano. Pensó que estaría soñando, ¿o era realmente su madre, que la acariciaba? ¿No sería un fleco de la manta que la había rozado?

Extendió su manita y prendió la luz. Sobre la almohada yacía una mariposita de color marrón claro, café con leche. Se incorporó y le empezó a hablar:

—¿Qué pasa, amiguita? Pareces enferma. ¿Cómo te llamas?

—Soy Loquilla, la polilla. Sí, me siento muy enferma, intoxicada, casi muerta.

Ilustración de Laura VazvalIlustración de Laura Vazval

—¿Qué te ha pasado?

—Es fácil darse cuenta. Hoy de mañana vinieron unos hombres y echaron veneno por todos lados, para matarnos. Muchas de mis amigas murieron; me salvé porque pude esconderme en un dedal, adentro de un costurero. Cuando los empleados se fueron, salí medio tambaleante, un poco grogui, pero sana y salva.

—¿Quieres que te dé algo de comer?

—No, gracias. No puedo comer. Las larvas comen, yo soy una polilla adulta.

—Me siento tan triste por lo que te pasó y responsable porque mi mamá fue la que organizó todo esto…, pero estoy feliz de verte bien. ¿Me puedes explicar qué es una larva?

—Claro, amiguita. Cuando nacemos, estamos adentro de un capullo. ¿No has visto unos niditos pegados en los ángulos donde se juntan las paredes o en el techo? Esas larvas se nutren comiendo seda o algodón hasta que se convierten en adultas.

—Entonces, ¿son unos insectos dañinos? ¿Le hacen mal a la gente?

—No, déjame explicarte. En mi caso y en el de muchas amigas solo comíamos ropa que estaba en desuso, a veces guardada sucia.

—¿Cuál es la diferencia entre comer ropa nueva o vieja? Se hace daño igual.

—Mira, Maca. Soy la organizadora del grupo de beneficencia Despréndete de lo que no uses, puede servirle a otros. Queremos dejar una enseñanza. Si las personas tienen ropa guardada sin usar por más de dos años, esa ropa nunca se usará.

—Ah, comprendo. Hay mucha gente que la necesita.

—Veo que estás entendiendo. Sí, hay mucha pobreza y debemos ayudar a los carenciados. Esta es nuestra causa.

Conversaron tanto que Macarena y Loquilla se durmieron.

Al día siguiente Macarena se despertó y recordó todo lo vivido la noche anterior. Miró en su almohada, pero Loquilla había desaparecido. Con mucha tristeza se dirigió a la cocina, pronta para desayunar. La señora Ventura estaba amontonando varias bolsas gigantes llenas de ropa. Macarena le preguntó qué estaba sucediendo, parecía una nueva mudanza. Su madre le contestó:

—Ayer, de noche, tuve un sueño. Una polilla flaquilla hablaba contigo y te dejaba su enseñanza.

Ilustración de Almudena cockadoodledooIlustración de Almudena Cockadoodledoo

—Sí,  ¿cómo adivinaste? Era mi nueva amiga: la polilla Loquilla.

—Tengo tanta ropa guardada y hay tanta gente necesitada que pasa frío que decidí llevar esas bolsas a una obra de caridad.

Los ojitos de Macarena se le iluminaron y pudo sonreír. Sabía que tenía una nueva amiga, aunque su vida fuera efímera. Después vendrían otras parientas y más amigas. Macarena siempre recordará el sabio consejo de la flaquilla polilla Loquilla.

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La taba

 

Desde chico vio cómo su abuelo y otros peones jugaban a la “taba”. Para los legos en la materia, la taba es un hueso de los animales vacunos que tiene una cara cóncava que le llaman carne o suerte, digámosle “cara” y la otra que es plana tiene un nombre que prefiero reservarme que le llamaré “cruz”. Su abuelo tenía una taba, no era una taba cualquiera porque tenía pegadas dos planchas recortadas de plata con su monograma grabado. Era una forma de que no se gastara tanto el hueso y también un motivo para alardear.

Armaban una cancha y la tiraban de a uno, si esta caía con la cara para arriba, ganaba el tirador. De lo contrario, ganaban los contrarios. Era todo un arte de saber tirar el hueso para que diera vueltas en el aire antes de caer en el lugar indicado.

Don Fermín murió y esa taba fue la única herencia que tuvo Julián. Las apuestas dejaron de hacerse en el campo de Fermín, y aunque Julián sabía jugar a la taba, nunca quiso hacerlo y la guardó como reliquia. Dos por tres la refregaba con una franela y quedaba reluciente. Además la taba iba con él a todos lados porque era su amuleto. Sabía que en el momento que más la necesitara le salvaría la vida.

Hizo la primaria en escuela de campo, luego se fue para el pueblo para hacer la secundaria y logró hacer una carrera universitaria en la capital. Para su regocijo y orgullo de sus padres y demás familiares, se recibió de doctor. No era doctor en medicina, era doctor en leyes. Volvió a su pueblo y abrió su estudio. De a poco los clientes empezaron a llegar y se convirtió en el abogado más conocido de la zona. Antes de aceptar a un cliente, pedía que lo esperaran un momento, se iba al patio y tiraba la taba, si caía “cara”, sabía que ese caso tendría resultados positivos. En 20 años de trabajo nunca le falló.

Un día llegó un forastero al estudio. Le contó una historia  muy entreverada sobre una herencia de un hombre que no tenía hijos. El hombre no había dejado testamento y él sabía que había sido su hijo natural y nunca le dio el apellido. Su madre había tenido una relación efímera con él y quedó embarazada. En aquellos tiempos la mandaron a un convento y después que nació, le pusieron los dos apellidos de la madre, como si hubiera sido hermano de ella. La madre para los demás era su abuela y su madre era la supuesta hermana.

Julián le pidió que lo esperara y fue a tirar la taba como lo hacía habitualmente. Esta  vez el forastero se dirigió a la ventana y vio a su abogado tirando ese pedazo de no sé qué brillante. Al instante se dio cuenta de lo que era. Cuando Julián regresó al estudio, el forastero le preguntó:

–      Dígame, ¿usted juega a la taba?

Julián se sonrojó y dijo:

–      No, es una historia de familia, muy larga de contar.

–      Podría mostrarme esa taba. Quiero ver las iniciales.

Julián se acercó entre vergonzoso y orgulloso a la vez.

–      Mire qué trabajo en plata que tiene.

–      Esa taba es mía, fue lo único que mi madre le regaló a mi padre, era de su padre.

Julián no daba crédito a sus oídos: el padre del forastero, su madre, su abuelo, no lo podía entender. Se atrevió a hacer una pregunta:

–      ¿Cómo se llamaba su madre?

–      Aurora

El abogado se tambaleó y sufrió un desmayo. En el pueblo dicen que cerró su estudio y dejó su carrera por “cosas de Mandinga».

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Amigos entrañables

Este cuento fue presentado en la 2a. Convocatoria Surcando Ediciona de abril de 2011. Fue publicado el 1 de mayo en http://www.surcandoediciona.wordpress.com junto con otros relatos, cuentos y poemas.

Era un niño como los demás, pero tenía una capacidad de observación y una vivacidad exacerbadas.
Samot siempre quiso tener una mascota, pero por un motivo u otro nunca había podido. Sus padres decían que un departamento no era el mejor lugar para que viviera, que los animales eran muy sucios, que después los niños se encariñaban con sus mascotas y era un duelo real cuando estas morían. Muchas excusas, algunas irracionales, pero excusas al fin.
Sus amigos compartían esa felicidad de la mascota propia: perros, gatos, hamsters, peces, conejos, loros y canarios, hasta una tortuga.
Llegó Navidad y Samot soñaba con la mascota que le traería Papá Noel: un dragón. Era lo que había pedido en su carta. Como no sabía escribir había calcado las letras de “Papá Noel”, pegado un recorte de un dragón y hecho un garabato como firma.
La tradición en su pueblo era que Papá Noel entraría por la ventana (no tenía chimenea por vivir en un departamento) y dejaría los regalos en las medias colgadas o abajo del árbol de Navidad, a la medianoche. Al otro día todos se levantarían ávidos por saber qué les había traído de regalo.
Samot se acostó temprano para que las horas de sueño pasaran rápido, así podría levantarse a ver su regalo. En su intimidad soñó con su anhelado dragón, al que había bautizado Nogard.
Temprano en la mañana se levantó y fue corriendo a buscar su paquete. Había varios y tuvo que descifrar su nombre, ya que no sabía leer, únicamente recordaba de memoria las letras enlazadas armoniosamente.
Era una caja grande y cuadrada. Rasgó el papel con entusiasmo, abrió la tapa y, para su sorpresa, encontró un dragón, pero de juguete. Se sintió tan desgraciado, tan descreído, tan indignado, que se fue a su cuarto y se encerró con llave.
Horas más tarde sus padres lo obligaron a salir de su cuarto para tomar el desayuno, luego el almuerzo, el té y la cena. Fue el día más triste de su corta niñez. Sus padres dejaron que descargara esa desazón en soledad, ya que habían tratado por todos los medios de explicarle que el dragón era un animal mitológico que no existía, que era una fábula, que estaba en la imaginación de la gente. Toda explicación fue en vano.
Samot se acostó temprano dejando su regalo tirado debajo del árbol, en la sala. Decidió mirar la televisión, esas aventuras fantásticas que le alegraban su vida. Cuando se durmió, después de que sus padres le dieran el beso de las buenas noches, la puerta de su habitación se abrió y Nogard se deslizó silenciosamente, ubicándose al lado de su cama.
Samot sintió una mirada fuerte, un calor que le traspasaba los párpados y le hacía abrir los ojos.
—Nogard, Nogard, sabía que eras de verdad. No podías ser inerte. Sabía que estabas vivo.
—Mi querido amiguito, claro que estoy vivo. Quiero que me acompañes a lugares fantásticos que nunca olvidarás. Todas las noches volaremos a diferentes ciudades y disfrutaremos cada día (será de día en los lugares que visitemos).
—Nogard, ¿mis padres se enterarán?
—No, mi amiguito. Será un secreto entre tú y yo. Este secreto lo guardaremos hasta que dejes de ser niño. Algún día contarás a tus hijos tus lindas aventuras por el mundo volando en la espalda de este dragón aventurero.
—¿Cuándo empezaremos nuestro viaje? ¿Hoy?
—Mira, déjame organizar el itinerario y mañana partimos para… Bueno, será sorpresa. Mañana lo sabrás
—¡Yuppppiiiiiii, soy el niño más feliz del mundo!
Samot se durmió, la excitación lo había dejado exhausto. Nogard dormía a su lado.

Ilustración de David Hernando (España).

Cuando su familia se levantó, les sorprendió ver que Nogard había desaparecido del lugar donde Samot lo había dejado, debajo del arbolito en la sala. Pensaron lo peor, que lo habría tirado a la basura y que su dueño estaría con un humor de perros.
Se asomaron desde la puerta para ver hacia adentro del dormitorio de Samot. ¡Qué sorpresa! Samot y Nogard estaban durmiendo abrazados. Al menos el regalo que habían comprado servía para algo. Y se retiraron del brazo, sonriendo.
Más tarde Samot llegó saltando a la mesa del comedor; la alegría se le reflejaba en su cara, cantaba y hablaba hasta por los codos. Sus padres se miraron y no entendían nada, pero decidieron que era mejor no indagar.
Esa noche empezó el viaje. La primera ciudad que eligió Nogard fue Madison, Wisconsin. Era invierno y los lagos Monona y Mendota estaban congelados. Fue así que pudieron patinar hasta el cansancio, rodeados de árboles nevados en los fantásticos bosques de esa zona agrícola y ganadera que queda aquietada durante los meses de invierno.
—¿Te parece ir a comer unos brats con refrescos a Great Dane? Debes de tener mucha hambre.
—Todo lo que propongas me parece bien. Nunca me he divertido tanto en mi vida. ¿Mañana conoceré otro lugar tan magnífico como este?
—Claro, eso es lo que te prometí.
Al día siguiente, Samot comentaba, a la hora del desayuno, sobre lugares nevados de América del Norte; hablaba de lagos y de bosques. Sus padres estaban asombrados porque nunca le habían mencionado esos lugares a su hijo. Pensaron que el dragón de juguete era muy buena compañía.
Llegó la noche y partieron para Santa Agustina, Florida, una ciudad que se considera la más antigua de los Estados Unidos. Visitaron el Castillo de San Marcos, típica construcción española, caminaron por sus calles de adoquines en la parte colonial de la ciudad. Nogard le contó sobre las luchas entre ingleses y españoles y le habló de los esclavos. Fue una visita fascinante.

Ilustración de Jorge Luis Torres (Argentina).

Pasaron los años y Samot cada vez sabía más. En la escuela era el primero de la clase. A todo lo que la maestra preguntaba sobre Geografía e Historia, Samot era el que respondía. Fue igual en el liceo. Además sus padres se admiraban por el cambio de su hijo: ahora era un chico alegre, extrovertido y amable. Ataron cabos y se dieron cuenta de que el cambio se había producido en el momento en que el dragón de juguete llegó a su casa.
Cuando Samot cumplió diez años, Nogard se despidió y le dijo que iría a repetir la historia con otro niño que quisiera tener un dragón como mascota. Él no tendría problema porque viviría por siempre y estaba dispuesto a alegrar la vida a muchos niños.
Samot no lloró ni se puso triste, porque había vivido muchos años disfrutando y conociendo lugares que de otra forma no hubiera podido disfrutar ni conocer. Aprendió que, gracias al increíble poder de la mente, se pueden lograr cosas imposibles.

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Un criollo centenario

Era simplemente Rogelio. Con semejante nombre, ¿qué importancia tiene su apellido?

Nació en 1883 en el interior de este hermoso país. Desde niño vivió en una estancia, propiedad de sus padres, que estaba ubicada a orillas del Arroyo Cabelludo. Su padre había sido hacendado y músico, tocaba el piano maravillosamente. Acompañaba con su música las películas mudas del cine local, y tocaba el armonio en la iglesia. Su abuelo, destacado escribano, se había casado con una descendiente de charrúas; de ahí provenía esa garra, herencia de la veta india. Su bisabuelo, un boticario español, tuvo relevante desempeño como médico de Artigas cuando este fue a San José en 1811.

Rogelio fue a la escuela rural de la zona; su maestra fue Ramonita Montero y Brown, hermana del sacerdote historiador Ramón Montero y Brown. Estudió piano con José Segú quien se trasladaba al campo en coche todas las semanas. Cursó secundaria en el Instituto Uruguayo que fundó José María Campos el mismo año que Rogelio nació. Fue uno de los iniciadores del Círculo de Ajedrez de su ciudad natal y uno de los ciclistas pioneros, cuando llegaron las primeras bicicletas en el siglo XIX.

Amaba a la gente y a los animales, especialmente a los perros. Tuvo la desgracia de contraer hidatidosis y fue operado varias veces en el transcurso de su larga vida. En 1904, cuando estaba recién operado, le extendieron un salvoconducto para que pudiera hacerse cargo del campo paterno. Le requisaron muchos caballos y ganado vacuno, con la promesa de devolución cuando la guerra terminara. Rogelio tenía un pingo, campeón de pencas del pago, al que quería mucho. Mientras el comisario recorría el campo, lo ató y lo escondió entre unos matorrales y ahí permaneció durante dos días. Dicen que nunca le devolvieron nada, solo logró recuperar un caballo con su marca, en una feria ganadera de la época.

Supo ser citadino también, concurría a las confiterías y bailes de la ciudad. Piropeador como ninguno; las damas quedaban enamoradas de su gracejo y del respeto que les prodigaba. Usaba frases del refranero popular de su época; me viene a mi memoria una: “La suerte de la fea, la bonita la desea.” Memorizaba palíndromes (dábale arroz a la zorra el abad), homófonos (la besé-lávese) y textos en los que una puntuación diferente les cambiaba su significado.

Se casó con Pastora, 17 años menor que él, formaron una hermosa familia y tuvieron cuatro hijos, siete nietos y muchos bisnietos. Esposo amante, padre ejemplar, abuelo inigualable, amigo entrañable y vecino confiable. Todo eso era Rogelio

Tenía una voz varonil muy especial, fuerte y clara. Recitaba versos enteros de Martín Fierro, poemas del terruño de Osiris Rodríguez Castillos y “Fausto” de Estanislao del Campo. Repican en mis oídos las estrofas de “El Malevo” y de “El Alazán”, recitados con una mano en el corazón y la otra en la guitarra.

Vivió cien años plenos, con su capacidad mental intacta. En su centenario recitó “La Querencia” para los invitados a la fiesta que eran en su mayoría familiares. Recibió el cariño de sus seres queridos y el aprecio de muchos residentes de su ciudad.

Nunca hizo una dieta especial para vivir tantos años; fumó durante algún período de su vida, no se privó de tomar alcohol, ni se cuidó en las comidas. La gente de campo comía carne con alto contenido de grasa todos los días, pero en esos tiempos no se hablaba de ateroesclerosis o problemas al hígado o al intestino. Esa salud de acero y esa longevidad se traen en los genes, así como también esas ganas de vivir y ese optimismo sin igual que le eran innatos.

Había pasado su cumpleaños, en abril, y cuando estaba por llegar el invierno de 1983, decidió que cien inviernos habían sido suficientes en la vida de ese cristiano.  Ese día se despidió ya que había llegado a la meta propuesta. Había cumplido su sueño: tener una vida plena y fértil. Desde el cielo nos recita sus versos camperos, y sigue divirtiendo a los que están con él mientras nos cuida desde el más allá.

Podría decir mucho más sobre Rogelio, pero termino acá porque se me estruja el corazón y las lágrimas me hacen borronear la tinta.

Rogelio era simplemente mi abuelo.

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Llamado telúrico

Este relato fue presentado en la 1a. Convocatoria Surcando Ediciona, a fines de febrero de 2011. Fue publicado en ese sitio junto con otros relatos, cuentos y poemas.


Viajar es uno de los placeres de la vida y si tenemos la suerte de elegir un buen destino, ese placer se multiplica. Las opciones son variadas: viajes a lugares lejanos, a sitios históricos, a parajes recónditos, a ciudades glamorosas, a pueblitos desconocidos, expediciones, safaris,  viajes en crucero, en avión o por tierra.

En esa oportunidad tuvimos ansias de estar en contacto con la tierra y saber de nuestras raíces latinoamericanas; fue un modo de apreciar otras culturas y formas de vida. Pudimos optar entre un viaje en avión a una de las capitales elegidas y seguir el paseo  en ómnibus a las otras capitales o viajar en ómnibus desde nuestro país, haciendo todo el trayecto por tierra. Elegimos la segunda propuesta y no nos equivocamos. Los paisajes que vimos, los aromas que sentimos y la gente con la que compartimos la excursión fueron inmejorables.

Decidimos visitar el noroeste argentino: las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy, en setiembre. El viaje fue diferente a lo que se hace habitualmente, empezamos en Jujuy y fuimos bajando hasta Tucumán. El clima, en esa época del año (primavera en el hemisferio sur), era caluroso excepto en las alturas y en la noche.

Durante todo el trayecto quedamos extasiados con la diversidad de colores, el cielo azul-celeste límpido, sin nubes. Es un lugar de grandes contrastes: hay montañas, desiertos, quebradas y valles. Los cerros y las montañas se engalanaban con vestidos de distintos tonos por la riqueza de sus minerales. La aridez del paisaje, en la mayor parte del viaje, le daba un color marrón tierra veteado con amarillo y con gris. Habíamos llegado a ese lugar tan mencionado: la Puna, una gran meseta situada a 3.800 m de altura que llega hasta Bolivia y Chile. Es una zona escarpada y árida en la Cordillera de los Andes con vegetación escasa, casi inexistente; sólo crecen pastos duros y cardones. No se ve ganado ni caballos, los animales típicos de la región son las llamas, los guanacos y las alpacas. La vicuña, que estuvo en vías de extinción, ahora se está recuperando por la creación de áreas protegidas.

A pesar de que el noroeste argentino tuvo un aumento de las precipitaciones medias por año durante varias décadas, con un incremento del caudal de sus ríos y las consiguientes inundaciones, lo que vimos fue todo lo contrario. Los ríos que tienen origen en la Cordillera de los Andes estaban secos, algo que no me hubiera imaginado. Esos ríos, caudalosos en su momento, podían cruzarse a pie porque no existían, era una simple franja de tierra seca. Según nos contó el guía las lluvias comienzan en octubre y se prolongan hasta abril, durante el resto del año esa zona se seca.

 

La Quebrada de Humahuaca, lugar donde se instalaron los primeros pueblos cazadores de la zona hace 10.000 años, es un valle de un atractivo increíble. La UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad en 2003.  El pueblo “Humahuaca” se caracteriza por tener calles empedradas y estrechas, casas de adobe y una Catedral en cuyo interior se pueden ver pinturas cuzqueñas. Paseamos a pie por sus calles angostas desde donde pudimos observar las casas con faroles de hierro y acercarnos a los artesanos que vendían sus tejidos, collares y pulseras al aire libre. Me sorprendió ver tanta gente amuchada en la plaza arbolada, frente a la iglesia. Todos esperaban la aparición de San Francisco Solano en el balcón, para que los saludara. Es una imagen mecánica del santo que da tres saludos a la multitud cada mediodía y luego desaparece. Subimos una escalinata muy empinada que nos condujo al Monumento a los Héroes de la Independencia; desde esa altura tuvimos una vista inmejorable del poblado. La tranquilidad del lugar se ve convulsionada por los cientos de turistas que visitan este sitio.

A un kilómetro de Tilcara, en plena Quebrada de Humahuaca, visitamos un sitio histórico donde los omaguacas construyeron viviendas, corrales, sepulcros y un templo. Esta población, Pucará de Tilcara,  fue construida en un cerro a 2.500 m sobre el nivel del mar, y gracias al hallazgo de etnógrafos y arqueólogos, las edificaciones pudieron reconstruirse. Los aborígenes custodiaban el lugar desde las alturas de esa fortaleza, hace ya cientos de años.  La subida a pie por un camino estrecho y serpenteante requirió mucho tiempo y energía. El paisaje desde ese lugar es hermoso y el color de las montañas es digno de ser pintado. Vimos el Cerro la Paleta del Pintor, un cerro multicolor debido a diversos plegamientos de la tierra en varios períodos distintos, que se encuentra en Maimará, un pueblo en la Quebrada de Humahuaca.  En realidad son varios cerros con vetas de distintos colores que conforman la paleta. Nos quedamos embelesados mirando esa belleza; la naturaleza es pródiga y siempre nos sorprende con sus tonalidades diversas.

Purmamarca, (Pueblo de la Tierra Virgen en aimara) es un pueblo que se encuentra cerca de la capital de Jujuy, ubicado al lado del Cerro de los Siete Colores. Es muy chico, pero pintoresco; su urbanización se realizó alrededor de la iglesia, como en todas las ciudades hispánicas. Esta iglesia muy modesta, construida en 1648 con techo de cardón, paredes de barro y adobe, fue declarada Monumento Histórico Nacional en el siglo pasado. Su patrona es Santa Rosa de Lima. Pegado a la iglesia hay un viejo algarrobo, testigo fiel de la historia. La gente del lugar vive de las artesanías que se venden en la plaza, se pueden encontrar prendas de lana de alpaca y de cabra; los tejidos en vicuña son más caros por su escasez. Los tapices, las bufandas, los sacos tejidos, las medias, los gorros y los manteles son de una mezcla de colores tan vívidos que contrastan con el marrón y las tonalidades ocres del lugar. Purmamarca tiene el orgullo de tener como fondo de paisaje el cerro antes mencionado que es de una belleza increíble con sus tonos rojo y púrpura.

En Jujuy, casi en el límite con Salta, visitamos un lugar increíble que tiene doce mil hectáreas de extensión: las Grandes Salinas. El ómnibus nos dejó en un terreno resquebrajado e iniciamos el trayecto a pie sobre una masa blanca, lisa y compacta.  Parecía un paraje nevado, con la única diferencia que no era nieve sino sal que refractaba el sol de tal manera que nos enceguecía.  Las lentes de sol y el bloqueador fueron imprescindibles para poder soportar el resplandor y los rayos ultravioletas. Los obreros que extraen la sal de forma artesanal nos contaron como lo hacían y las precauciones que debían tomar por el sol. A pesar del calor usaban gorros de lana tejida para proteger su cabeza y su rostro.

Salta es la capital de la provincia homónima, le llaman la Linda. Está ubicada al este de la Cordillera de los Andes, en el valle del Lerma. La ciudad tiene una apariencia colonial, muchos de sus edificios datan de los siglos XVIII y XIX aunque se pueden ver algunos edificios modernos. Su plaza, cuya Catedral tiene como patrona a la Virgen del Milagro, es encantadora.

En el Museo Arqueológico de la Alta Montaña (MAAM), que está ubicado frente a la plaza principal de la ciudad, se exhiben las momias de los niños de Llullaillaco (son los cuerpos momificados que fueron encontrados congelados en las altas cumbres; debido al frío y a la sequedad del aire estaban en perfecto estado de conservación).

A principios de 1900 varios investigadores  hallaron momias en las provincias de Salta y Jujuy  que son las que se exhiben en distintos museos de  Argentina. Algunas tumbas fueron profanadas o dinamitadas por buscadores de oro y sus momias vendidas.  A fines del siglo XX, investigadores y científicos encontraron tres niños momificados en la cima del volcán Llullaillaco. Estaban ataviados con sus mejores vestidos para el funeral y posiblemente  fueron los “elegidos” como ofrenda para el dios Inca; se supone que eran de origen noble porque sus cráneos estaban ligeramente deformados.  Fue tal la impresión al ver sus caras que me sentí indispuesta y tuve que salir a respirar aire.

Subimos al Cerro San Bernardo en un teleférico desde donde la vista panorámica de la ciudad es excepcional. Los turistas pueden ubicarse en los miradores que están colocados en la cima,  en un lugar muy arbolado donde hay una cascada artificial rodeada de helechos y plantas tropicales. Con el golpeteo del agua resonando en mis oídos me podía imaginar el recorrido de los peregrinos en el día de la Cruz pasando por las catorce estaciones del Vía Crucis. Además de la cruz pudimos ver al Cristo Redentor.

Fue imposible hacer el paseo en el Tren a las Nubes porque sólo funciona un día a la semana y no fue el día que elegimos, lo que lamentamos. Este tren, que es una excelente obra de ingeniería, parte de Salta, atraviesa el Valle de Lerma y llega a la Puna en un recorrido de más de 400 km ida y vuelta.

Para vivir la típica noche salteña nos llevaron al Boliche Balderrama, un restaurante y peña. En sus comienzos fue un almacén de ramos generales que luego se convirtió en bodegón: punto de encuentro de poetas y cantantes que se quedaban hasta altas horas de la madrugada tocando sus guitarras y que llegó a ser el templo del folclore argentino.  Mercedes Sosa hizo conocer esta casona dentro y fuera de las fronteras con su zamba Lo de Balderrama. Si el canto de los artistas me hizo vibrar, el baile del malambo fue espectacular. Comenzó con un zapateo moderado que se fue acelerando hasta que casi no veíamos las botas del bailarín, con un fondo musical de tambores. El súmmum del show lo realizó otro artista folclórico que bailaba malambo mientras revoleaba las boleadoras. La precisión de sus movimientos, el golpeteo de las boleadoras sobre la madera del escenario y el ritmo in crescendo de los tambores nos puso la piel de gallina y nos dejó boquiabiertos. Fue una noche inolvidable degustando los platos típicos de zona y escuchando canciones folclóricas de distintos grupos de músicos.

La noche siguiente fuimos a La Panadería del Chuña, un restaurante familiar donde presentan un show de cantantes y bailarines folclóricos. Como anécdota jocosa, una de las integrantes del grupo de viaje fue invitada a subir al escenario para bailar una chacarera con unos de los bailarines de la peña. Como vestía pantalones, le tocó hacer el zapateo mientras que  el bailarín se colocaba un mantel a modo de falda para hacer el zarandeo. Entre “primera”, “segunda” y el grito de “a la voz de aura” nos hicieron reír muchísimo. Pasamos un lindo rato rodeados de gente divertida y disfrutando de platos autóctonos.

El Parque Nacional Los Cardones es un lugar muy solitario y árido donde el cardón (cactus gigante con espinas) es la planta característica. Se pueden ver en las laderas de los cerros y cuentan las leyendas que se los confundía con los indios del Valle Calchaquí. El cardón tiene agua en su interior, a pesar de su apariencia seca sirve para aplacar la sed, y sus espinas vuelcan gotas que son absorbidas por las raíces ubicadas en la superficie. La tierra marrón rojiza, el verde de los cardones y sus flores blancas, el cielo celeste y los yuyos marrón verdosos crean una imagen digna de ser pintada.

San Antonio de los Cobres es un pueblo minero que le debe su nombre al mineral que se encuentra en sus sierras. Tiene pocos habitantes, pero es muy visitado por turistas especialmente el 1º de agosto de cada año, fecha en la que se celebra la Fiesta Nacional de la Pachamama. La gente va en procesión, cava un pozo en la tierra y comienzan a arrojar comida autóctona y bebidas espirituosas lo que le llaman corpachar o dar de comer a la tierra. Esta creencia en la Pachamama, que es la Madre Tierra, es prehispánica, se remonta al tiempo de los incas. Ella hace crecer los cultivos, mejora las cosechas, multiplica el ganado, cuida los animales y bendice a los artesanos.

Emprendimos el camino a Cafayate e hicimos una parada en el Anfiteatro que es un grupo de formaciones rocosas imponentes que están ubicadas en forma semicircular con un hueco en el medio. Te sientes una hormiga entre montañas y llega un momento en que está casi oscuro porque el hilito de luz que entra por algún pliegue de las montañas es mínimo. Al costado del camino, lugar donde estaban estacionados los ómnibus de excursiones de distintos países, se encontraba un artesano lugareño, un señor muy mayor que había desparramado sus artesanías sobre una mesa rudimentaria. La expresión de ese hombre, las arrugas de su cara por las inclemencias climáticas y por la edad, quedaron grabadas en mi retina. Tenía una llama que era la admiración de todos los turistas que querían ser fotografiados con ella. No presté atención a la llama, sino a la figura de ese hombre, sus manos y su cara resecas por la falta de hidratación y su mirada perdida en el horizonte

Cafayate es una ciudad en los Valles Calchaquíes que se destaca por su vino torrontés. Visitamos una bodega llamada Vasija Secreta; fue una visita guiada con explicación de su producción y con degustación. Quedamos gratamente impresionados por el lugar, por los conocimientos del enólogo y por la variedad de vinos. Un dicho local reza “Si vino a Cafayate y no tomó vino, ¿a qué vino?”, por lo tanto probamos el cabernet y el torrontés que nos parecieron deliciosos. El primero presenta un color rojo rubí fuerte con fondo negro profundo y un aroma complejo especiado mezcla de frutas secas, ciruelas, aceitunas negras y toques de chocolate y pimiento. El torrontés despliega un tono amarillo verdoso con reflejos acerados o leves tonos dorados. Su aroma es fresco, frutado y floral, con una mezcla de pera, ananá, durazno, naranja y pomelo, flores de tilo, orégano y miel.

San Miguel de Tucumán fue la última ciudad que visitamos; nos hospedamos en un hotel céntrico y pudimos ver el movimiento diurno y nocturno. Ciudad de gran importancia para los argentinos porque ahí se declaró la independencia de su país el 9 de julio de 1816. La Catedral es magnífica, pero me encantó una iglesia que lucía frescos de batallas sobre sus paredes, en vez de las típicas imágenes religiosas. Además pude ver por primera vez una figura de una virgen embarazada: la Virgen de la Dulce Espera.

Mi compañero de viaje (y de vida) prefiere observar y grabar todo en su retina y en su memoria; yo quiero hacer todo a la vez, observar, sacar fotos, filmar y escribir notas del viaje. Me encantaría volver, pero eligiendo menos lugares para poder quedarme más tiempo. Hay destinos que son lugares de ensueño que vale la pena repetir.

 

 

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