Amigos entrañables


Este cuento fue presentado en la 2a. Convocatoria Surcando Ediciona de abril de 2011. Fue publicado el 1 de mayo en http://www.surcandoediciona.wordpress.com junto con otros relatos, cuentos y poemas.

Era un niño como los demás, pero tenía una capacidad de observación y una vivacidad exacerbadas.
Samot siempre quiso tener una mascota, pero por un motivo u otro nunca había podido. Sus padres decían que un departamento no era el mejor lugar para que viviera, que los animales eran muy sucios, que después los niños se encariñaban con sus mascotas y era un duelo real cuando estas morían. Muchas excusas, algunas irracionales, pero excusas al fin.
Sus amigos compartían esa felicidad de la mascota propia: perros, gatos, hamsters, peces, conejos, loros y canarios, hasta una tortuga.
Llegó Navidad y Samot soñaba con la mascota que le traería Papá Noel: un dragón. Era lo que había pedido en su carta. Como no sabía escribir había calcado las letras de “Papá Noel”, pegado un recorte de un dragón y hecho un garabato como firma.
La tradición en su pueblo era que Papá Noel entraría por la ventana (no tenía chimenea por vivir en un departamento) y dejaría los regalos en las medias colgadas o abajo del árbol de Navidad, a la medianoche. Al otro día todos se levantarían ávidos por saber qué les había traído de regalo.
Samot se acostó temprano para que las horas de sueño pasaran rápido, así podría levantarse a ver su regalo. En su intimidad soñó con su anhelado dragón, al que había bautizado Nogard.
Temprano en la mañana se levantó y fue corriendo a buscar su paquete. Había varios y tuvo que descifrar su nombre, ya que no sabía leer, únicamente recordaba de memoria las letras enlazadas armoniosamente.
Era una caja grande y cuadrada. Rasgó el papel con entusiasmo, abrió la tapa y, para su sorpresa, encontró un dragón, pero de juguete. Se sintió tan desgraciado, tan descreído, tan indignado, que se fue a su cuarto y se encerró con llave.
Horas más tarde sus padres lo obligaron a salir de su cuarto para tomar el desayuno, luego el almuerzo, el té y la cena. Fue el día más triste de su corta niñez. Sus padres dejaron que descargara esa desazón en soledad, ya que habían tratado por todos los medios de explicarle que el dragón era un animal mitológico que no existía, que era una fábula, que estaba en la imaginación de la gente. Toda explicación fue en vano.
Samot se acostó temprano dejando su regalo tirado debajo del árbol, en la sala. Decidió mirar la televisión, esas aventuras fantásticas que le alegraban su vida. Cuando se durmió, después de que sus padres le dieran el beso de las buenas noches, la puerta de su habitación se abrió y Nogard se deslizó silenciosamente, ubicándose al lado de su cama.
Samot sintió una mirada fuerte, un calor que le traspasaba los párpados y le hacía abrir los ojos.
—Nogard, Nogard, sabía que eras de verdad. No podías ser inerte. Sabía que estabas vivo.
—Mi querido amiguito, claro que estoy vivo. Quiero que me acompañes a lugares fantásticos que nunca olvidarás. Todas las noches volaremos a diferentes ciudades y disfrutaremos cada día (será de día en los lugares que visitemos).
—Nogard, ¿mis padres se enterarán?
—No, mi amiguito. Será un secreto entre tú y yo. Este secreto lo guardaremos hasta que dejes de ser niño. Algún día contarás a tus hijos tus lindas aventuras por el mundo volando en la espalda de este dragón aventurero.
—¿Cuándo empezaremos nuestro viaje? ¿Hoy?
—Mira, déjame organizar el itinerario y mañana partimos para… Bueno, será sorpresa. Mañana lo sabrás
—¡Yuppppiiiiiii, soy el niño más feliz del mundo!
Samot se durmió, la excitación lo había dejado exhausto. Nogard dormía a su lado.

Ilustración de David Hernando (España).

Cuando su familia se levantó, les sorprendió ver que Nogard había desaparecido del lugar donde Samot lo había dejado, debajo del arbolito en la sala. Pensaron lo peor, que lo habría tirado a la basura y que su dueño estaría con un humor de perros.
Se asomaron desde la puerta para ver hacia adentro del dormitorio de Samot. ¡Qué sorpresa! Samot y Nogard estaban durmiendo abrazados. Al menos el regalo que habían comprado servía para algo. Y se retiraron del brazo, sonriendo.
Más tarde Samot llegó saltando a la mesa del comedor; la alegría se le reflejaba en su cara, cantaba y hablaba hasta por los codos. Sus padres se miraron y no entendían nada, pero decidieron que era mejor no indagar.
Esa noche empezó el viaje. La primera ciudad que eligió Nogard fue Madison, Wisconsin. Era invierno y los lagos Monona y Mendota estaban congelados. Fue así que pudieron patinar hasta el cansancio, rodeados de árboles nevados en los fantásticos bosques de esa zona agrícola y ganadera que queda aquietada durante los meses de invierno.
—¿Te parece ir a comer unos brats con refrescos a Great Dane? Debes de tener mucha hambre.
—Todo lo que propongas me parece bien. Nunca me he divertido tanto en mi vida. ¿Mañana conoceré otro lugar tan magnífico como este?
—Claro, eso es lo que te prometí.
Al día siguiente, Samot comentaba, a la hora del desayuno, sobre lugares nevados de América del Norte; hablaba de lagos y de bosques. Sus padres estaban asombrados porque nunca le habían mencionado esos lugares a su hijo. Pensaron que el dragón de juguete era muy buena compañía.
Llegó la noche y partieron para Santa Agustina, Florida, una ciudad que se considera la más antigua de los Estados Unidos. Visitaron el Castillo de San Marcos, típica construcción española, caminaron por sus calles de adoquines en la parte colonial de la ciudad. Nogard le contó sobre las luchas entre ingleses y españoles y le habló de los esclavos. Fue una visita fascinante.

Ilustración de Jorge Luis Torres (Argentina).

Pasaron los años y Samot cada vez sabía más. En la escuela era el primero de la clase. A todo lo que la maestra preguntaba sobre Geografía e Historia, Samot era el que respondía. Fue igual en el liceo. Además sus padres se admiraban por el cambio de su hijo: ahora era un chico alegre, extrovertido y amable. Ataron cabos y se dieron cuenta de que el cambio se había producido en el momento en que el dragón de juguete llegó a su casa.
Cuando Samot cumplió diez años, Nogard se despidió y le dijo que iría a repetir la historia con otro niño que quisiera tener un dragón como mascota. Él no tendría problema porque viviría por siempre y estaba dispuesto a alegrar la vida a muchos niños.
Samot no lloró ni se puso triste, porque había vivido muchos años disfrutando y conociendo lugares que de otra forma no hubiera podido disfrutar ni conocer. Aprendió que, gracias al increíble poder de la mente, se pueden lograr cosas imposibles.

Acerca de Rosina Peixoto

I still have the capacity for wonder
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6 respuestas a Amigos entrañables

  1. Jorge dijo:

    Muy buen cuento. Alegre y esperanzador.

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  5. Un cuento maravilloso, pero me queda una duda; los viajes son parte de los sueños del niño o son realidad. La imaginación de los niños es sorprendente y si realmente quieres algo, puedes conseguirlo a través de tu mente. Yo tb quiero una mascota, pero con un gatito me conformo.
    Prometo seguir leyendo, me ha parecido muy interesante.

    Un saludo.

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