La taba


 

Desde chico vio cómo su abuelo y otros peones jugaban a la “taba”. Para los legos en la materia, la taba es un hueso de los animales vacunos que tiene una cara cóncava que le llaman carne o suerte, digámosle “cara” y la otra que es plana tiene un nombre que prefiero reservarme que le llamaré “cruz”. Su abuelo tenía una taba, no era una taba cualquiera porque tenía pegadas dos planchas recortadas de plata con su monograma grabado. Era una forma de que no se gastara tanto el hueso y también un motivo para alardear.

Armaban una cancha y la tiraban de a uno, si esta caía con la cara para arriba, ganaba el tirador. De lo contrario, ganaban los contrarios. Era todo un arte de saber tirar el hueso para que diera vueltas en el aire antes de caer en el lugar indicado.

Don Fermín murió y esa taba fue la única herencia que tuvo Julián. Las apuestas dejaron de hacerse en el campo de Fermín, y aunque Julián sabía jugar a la taba, nunca quiso hacerlo y la guardó como reliquia. Dos por tres la refregaba con una franela y quedaba reluciente. Además la taba iba con él a todos lados porque era su amuleto. Sabía que en el momento que más la necesitara le salvaría la vida.

Hizo la primaria en escuela de campo, luego se fue para el pueblo para hacer la secundaria y logró hacer una carrera universitaria en la capital. Para su regocijo y orgullo de sus padres y demás familiares, se recibió de doctor. No era doctor en medicina, era doctor en leyes. Volvió a su pueblo y abrió su estudio. De a poco los clientes empezaron a llegar y se convirtió en el abogado más conocido de la zona. Antes de aceptar a un cliente, pedía que lo esperaran un momento, se iba al patio y tiraba la taba, si caía “cara”, sabía que ese caso tendría resultados positivos. En 20 años de trabajo nunca le falló.

Un día llegó un forastero al estudio. Le contó una historia  muy entreverada sobre una herencia de un hombre que no tenía hijos. El hombre no había dejado testamento y él sabía que había sido su hijo natural y nunca le dio el apellido. Su madre había tenido una relación efímera con él y quedó embarazada. En aquellos tiempos la mandaron a un convento y después que nació, le pusieron los dos apellidos de la madre, como si hubiera sido hermano de ella. La madre para los demás era su abuela y su madre era la supuesta hermana.

Julián le pidió que lo esperara y fue a tirar la taba como lo hacía habitualmente. Esta  vez el forastero se dirigió a la ventana y vio a su abogado tirando ese pedazo de no sé qué brillante. Al instante se dio cuenta de lo que era. Cuando Julián regresó al estudio, el forastero le preguntó:

–      Dígame, ¿usted juega a la taba?

Julián se sonrojó y dijo:

–      No, es una historia de familia, muy larga de contar.

–      Podría mostrarme esa taba. Quiero ver las iniciales.

Julián se acercó entre vergonzoso y orgulloso a la vez.

–      Mire qué trabajo en plata que tiene.

–      Esa taba es mía, fue lo único que mi madre le regaló a mi padre, era de su padre.

Julián no daba crédito a sus oídos: el padre del forastero, su madre, su abuelo, no lo podía entender. Se atrevió a hacer una pregunta:

–      ¿Cómo se llamaba su madre?

–      Aurora

El abogado se tambaleó y sufrió un desmayo. En el pueblo dicen que cerró su estudio y dejó su carrera por “cosas de Mandinga».

Acerca de Rosina Peixoto

I still have the capacity for wonder
Esta entrada fue publicada en Ambigüedad, Amor, Cuento, Cuentos, Cuentos cortos, Del campo, Desgracia, Duda, Encuentro, Engaño, Vida y etiquetada , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Una respuesta a La taba

  1. business dijo:

    les cuento vque TERMINE LA FACULTADDD al finnn ya taba estresadaa y cumpli con todoo asiq veremos las notas creo q me quedaron re bien me embola que solo sea pass fail pero beuno! estaban ahi porq pia la mayor esta viviendo en barcelona y vino tda la flia a representar al IESE asique fue buenisimo!!!!

Deja un comentario