Un criollo centenario


Era simplemente Rogelio. Con semejante nombre, ¿qué importancia tiene su apellido?

Nació en 1883 en el interior de este hermoso país. Desde niño vivió en una estancia, propiedad de sus padres, que estaba ubicada a orillas del Arroyo Cabelludo. Su padre había sido hacendado y músico, tocaba el piano maravillosamente. Acompañaba con su música las películas mudas del cine local, y tocaba el armonio en la iglesia. Su abuelo, destacado escribano, se había casado con una descendiente de charrúas; de ahí provenía esa garra, herencia de la veta india. Su bisabuelo, un boticario español, tuvo relevante desempeño como médico de Artigas cuando este fue a San José en 1811.

Rogelio fue a la escuela rural de la zona; su maestra fue Ramonita Montero y Brown, hermana del sacerdote historiador Ramón Montero y Brown. Estudió piano con José Segú quien se trasladaba al campo en coche todas las semanas. Cursó secundaria en el Instituto Uruguayo que fundó José María Campos el mismo año que Rogelio nació. Fue uno de los iniciadores del Círculo de Ajedrez de su ciudad natal y uno de los ciclistas pioneros, cuando llegaron las primeras bicicletas en el siglo XIX.

Amaba a la gente y a los animales, especialmente a los perros. Tuvo la desgracia de contraer hidatidosis y fue operado varias veces en el transcurso de su larga vida. En 1904, cuando estaba recién operado, le extendieron un salvoconducto para que pudiera hacerse cargo del campo paterno. Le requisaron muchos caballos y ganado vacuno, con la promesa de devolución cuando la guerra terminara. Rogelio tenía un pingo, campeón de pencas del pago, al que quería mucho. Mientras el comisario recorría el campo, lo ató y lo escondió entre unos matorrales y ahí permaneció durante dos días. Dicen que nunca le devolvieron nada, solo logró recuperar un caballo con su marca, en una feria ganadera de la época.

Supo ser citadino también, concurría a las confiterías y bailes de la ciudad. Piropeador como ninguno; las damas quedaban enamoradas de su gracejo y del respeto que les prodigaba. Usaba frases del refranero popular de su época; me viene a mi memoria una: “La suerte de la fea, la bonita la desea.” Memorizaba palíndromes (dábale arroz a la zorra el abad), homófonos (la besé-lávese) y textos en los que una puntuación diferente les cambiaba su significado.

Se casó con Pastora, 17 años menor que él, formaron una hermosa familia y tuvieron cuatro hijos, siete nietos y muchos bisnietos. Esposo amante, padre ejemplar, abuelo inigualable, amigo entrañable y vecino confiable. Todo eso era Rogelio

Tenía una voz varonil muy especial, fuerte y clara. Recitaba versos enteros de Martín Fierro, poemas del terruño de Osiris Rodríguez Castillos y “Fausto” de Estanislao del Campo. Repican en mis oídos las estrofas de “El Malevo” y de “El Alazán”, recitados con una mano en el corazón y la otra en la guitarra.

Vivió cien años plenos, con su capacidad mental intacta. En su centenario recitó “La Querencia” para los invitados a la fiesta que eran en su mayoría familiares. Recibió el cariño de sus seres queridos y el aprecio de muchos residentes de su ciudad.

Nunca hizo una dieta especial para vivir tantos años; fumó durante algún período de su vida, no se privó de tomar alcohol, ni se cuidó en las comidas. La gente de campo comía carne con alto contenido de grasa todos los días, pero en esos tiempos no se hablaba de ateroesclerosis o problemas al hígado o al intestino. Esa salud de acero y esa longevidad se traen en los genes, así como también esas ganas de vivir y ese optimismo sin igual que le eran innatos.

Había pasado su cumpleaños, en abril, y cuando estaba por llegar el invierno de 1983, decidió que cien inviernos habían sido suficientes en la vida de ese cristiano.  Ese día se despidió ya que había llegado a la meta propuesta. Había cumplido su sueño: tener una vida plena y fértil. Desde el cielo nos recita sus versos camperos, y sigue divirtiendo a los que están con él mientras nos cuida desde el más allá.

Podría decir mucho más sobre Rogelio, pero termino acá porque se me estruja el corazón y las lágrimas me hacen borronear la tinta.

Rogelio era simplemente mi abuelo.

Acerca de Rosina Peixoto

I still have the capacity for wonder
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3 respuestas a Un criollo centenario

  1. En esta foto tan antigua, Rogelio es el niño de la izquierda (dice «papá») que está con sus padres y dos de sus hermanos.

  2. sandra dijo:

    maravillosos recuerdos que en parte pude compartir y me ha traido a la memoria momentos con el abuelo como jugar a la ajedrezy no ganarle nunca o escuchar sus poesias…. Gracias

  3. Querida Sandra:

    Tuvimos la suerte de compartir un ABUELO y haberlo disfrutado varios años. Nos dejó recuerdos imborrables y la enseñanza de velar por la familia. Besos.

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