Un cuentillo sencillo


Era viernes por la noche. La señora Ventura había llamado a la agencia de fumigación para que exterminara todo tipo de insectos que hubiera en su casa. Le resultaba muy desagradable ver cucarachas, les tenía una fobia desmesurada. Las moscas y mosquitos eran molestos. Los grillos no la dejaban dormir, aunque no sabía si quería que estos bichitos murieran, porque era muy supersticiosa y le habían dicho que matarlos traía mala suerte. Los insectos menos molestos, las polillas, le habían comido toda la ropa de invierno.

Se dio cuenta un día que decidió guardar la ropa de verano y de media estación para sacar las prendas más abrigadas. ¡Qué tristeza! Todas tenían agujeritos por doquier. Además la señora Ventura acostumbraba a guardar ropa que le había quedado chica: propia, de su marido, de sus hijos…; la iba amontonando en la parte más alta de los placares.

Los empleados de la agencia de fumigación, con máscaras y todo el equipo adecuado, hicieron el trabajo a la perfección. No se podía aguantar el olor a desinfectante, pero eso era mejor que estar invadidos por los insectos. La batalla campal había empezado. Para asegurarse de su triunfo, esta señora se había cerciorado de que no quedara una polilla, colgando bolitas de naftalina de cada percha.

Macarena era ajena a esa batalla. Le interesaba jugar a las muñecas en su habitación y salir al patio a conversar con su perro. Era una niña diferente, ya que podía entender el lenguaje de los animales.

Mientras dormía en su habitación, sintió algo que le tocaba la cara y lo sacudió con su mano. Pensó que estaría soñando, ¿o era realmente su madre, que la acariciaba? ¿No sería un fleco de la manta que la había rozado?

Extendió su manita y prendió la luz. Sobre la almohada yacía una mariposita de color marrón claro, café con leche. Se incorporó y le empezó a hablar:

—¿Qué pasa, amiguita? Pareces enferma. ¿Cómo te llamas?

—Soy Loquilla, la polilla. Sí, me siento muy enferma, intoxicada, casi muerta.

Ilustración de Laura VazvalIlustración de Laura Vazval

—¿Qué te ha pasado?

—Es fácil darse cuenta. Hoy de mañana vinieron unos hombres y echaron veneno por todos lados, para matarnos. Muchas de mis amigas murieron; me salvé porque pude esconderme en un dedal, adentro de un costurero. Cuando los empleados se fueron, salí medio tambaleante, un poco grogui, pero sana y salva.

—¿Quieres que te dé algo de comer?

—No, gracias. No puedo comer. Las larvas comen, yo soy una polilla adulta.

—Me siento tan triste por lo que te pasó y responsable porque mi mamá fue la que organizó todo esto…, pero estoy feliz de verte bien. ¿Me puedes explicar qué es una larva?

—Claro, amiguita. Cuando nacemos, estamos adentro de un capullo. ¿No has visto unos niditos pegados en los ángulos donde se juntan las paredes o en el techo? Esas larvas se nutren comiendo seda o algodón hasta que se convierten en adultas.

—Entonces, ¿son unos insectos dañinos? ¿Le hacen mal a la gente?

—No, déjame explicarte. En mi caso y en el de muchas amigas solo comíamos ropa que estaba en desuso, a veces guardada sucia.

—¿Cuál es la diferencia entre comer ropa nueva o vieja? Se hace daño igual.

—Mira, Maca. Soy la organizadora del grupo de beneficencia Despréndete de lo que no uses, puede servirle a otros. Queremos dejar una enseñanza. Si las personas tienen ropa guardada sin usar por más de dos años, esa ropa nunca se usará.

—Ah, comprendo. Hay mucha gente que la necesita.

—Veo que estás entendiendo. Sí, hay mucha pobreza y debemos ayudar a los carenciados. Esta es nuestra causa.

Conversaron tanto que Macarena y Loquilla se durmieron.

Al día siguiente Macarena se despertó y recordó todo lo vivido la noche anterior. Miró en su almohada, pero Loquilla había desaparecido. Con mucha tristeza se dirigió a la cocina, pronta para desayunar. La señora Ventura estaba amontonando varias bolsas gigantes llenas de ropa. Macarena le preguntó qué estaba sucediendo, parecía una nueva mudanza. Su madre le contestó:

—Ayer, de noche, tuve un sueño. Una polilla flaquilla hablaba contigo y te dejaba su enseñanza.

Ilustración de Almudena cockadoodledooIlustración de Almudena Cockadoodledoo

—Sí,  ¿cómo adivinaste? Era mi nueva amiga: la polilla Loquilla.

—Tengo tanta ropa guardada y hay tanta gente necesitada que pasa frío que decidí llevar esas bolsas a una obra de caridad.

Los ojitos de Macarena se le iluminaron y pudo sonreír. Sabía que tenía una nueva amiga, aunque su vida fuera efímera. Después vendrían otras parientas y más amigas. Macarena siempre recordará el sabio consejo de la flaquilla polilla Loquilla.

Acerca de Rosina Peixoto

I still have the capacity for wonder
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