Interrogante

Cuando llegó la nueva alumna a la escuela, todos la miraron con atención. No se imaginaban los cambios que se producirían a partir de ese momento…

Mientras la maestra la presentaba a los demás compañeros, parada como una estaca, se tocaba  nerviosamente el cabello color oro y movía sus pies demostrando su incomodidad.

No hay sensación más desagradable que sentirse observada por sesenta y ocho ojos taladrantes, inquisidores, desafiantes. Era como si la desnudaran con la mirada para averiguar sus más íntimos secretos.

Afortunadamente la tortura terminó. La clase prosiguió como de costumbre, la hora del recreo llegó, y todos salieron a jugar excepto Mar que permaneció acurrucada en un rincón, ausente, con su mirada perdida.

En la clase de Matemáticas, los números danzaban frente a su pálida tez, mareándola. Se sentía mal, quería desaparecer de inmediato. La clase terminó, y Mar se perdió en lontananza.

Pasaron los días, Mar nunca regresó. ¿Había sido un sueño? ¿Mar nunca existió? ¿Fue un personaje de la historia que la maestra les había contado? Nadie pudo corroborarlo.

Lo que nunca se dijo fue que al hacer la limpieza diaria del salón, la funcionaria siempre encontraba un cabello rubio, como un hilo dorado, en el banco No. 35.



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El alquiler

-Tenés que aprontármelo para las diez. Pasaré por el rancho a buscar al botija ¿Entendido?
-Me levanto tarde y el Quique está medio enfermo.
-Eso no importa. Si no me lo das, no cobrarás y no tendrás para el vino. En ese barrio se  hace mucha guita*, la gente es generosa cuando ve a un pibe* pidiendo. Así que el guacho*  es clave.
-Ta bien, pasá a esa hora que estará todo arreglado.

Es difícil entender de qué están hablando. Este es el diálogo de dos mujeres en uno de los barrios más bajos de una ciudad bastante desarrollada. Una de ellas le alquila su hijo de un año y medio a la otra. La que pretende ser la madre lleva a ese niño a un barrio donde vive gente acomodada. Se para en una esquina, al lado de los semáforos, y cuando los autos se detienen por el cambio de luces, les pide dinero a los conductores. Aduce que es para darles de comer a sus hijos, especialmente al más chico. Cuenta una historia verosímil, ella está desocupada, perdió al esposo y quedó sola con los niños. No lleva solamente a Quique en brazos sino que la acompañan sus hijos verdaderos. Unos hacen piruetas como si fueran acróbatas, otros actúan como malabaristas. El escenario es la calle, ellos son los actores.

Esos niños no concurren a la escuela, su trabajo es mendigar. Es el trabajo que les impone su madre. Si no juntan determinada cantidad de dinero diariamente, les niega la comida, los
amenaza y los castiga. Lo más triste es que ese dinero lo usa para su propio provecho: comprar vino, cigarrillos y pasta base. Los que vivimos en esta ciudad conocemos esta historia que habla de analfabetismo, desnutrición, enfermedades y de negligencia.

Al mencionar el maltrato infantil pensamos en el trabajo insalubre de las minas, la recolección de frutos o flores, la selección de basura, los niños que van a la guerra, el trabajo sexual, doméstico o en el campo. Nos olvidamos de este tipo de maltrato que carcome la integridad del individuo, cercena sus derechos y lo denigra como persona.

Si erradicamos este tipo de mendicidad, construiremos un mundo más justo, los niños podrán tener una vida más feliz, crecerán con educación y se convertirán en buenas personas. Serán las mujeres y los hombres del futuro. Todos podremos esbozar una sonrisa y experimentar esa sensación que brota desde nuestro corazón cuando el deber se ha cumplido.

*Botija, pibe, guacho = niño
*Guita= dinero, plata



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Mis dos amores

A los hijos se los quiere por igual. Ese mismo sentimiento lo experimento hacia dos ciudades donde he vivido. No podría elegir una, querer a una más que a la otra.

Mercedes es la Coqueta del Hum, una ciudad chica con una rambla hermosa con chalets que miran al río, querido Río Negro. Sus casas son antiguas, muy pocos edificios de apartamentos, sus calles angostas, algunas conservan los viejos adoquines. Sus playas son el punto de encuentro en los tórridos veranos. Si sus paisajes son inolvidables, su gente es especial, abierta, cálida y amistosa.

Montevideo es la Tacita del Plata, ciudad maravillosa con su franja costera sobre el Río de la Plata. Sus barrios son diferentes, la Ciudad Vieja tiene el encanto de la colonia. Su gente distante, apurada porque el ritmo de la capital lo exige, tal vez menos emocional, pero elegante y culta.

Me siento ciudadana de ambas. Amo a las dos.

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Nunca es tarde

Había sido la mejor de la clase cuando estudiaba en el colegio y fue alumna destacada en el liceo. Tuvo la oportunidad de ir a la universidad en una época en la que muchas mujeres no lo lograban. Se convirtió en una profesional exitosa.

Su vida afectiva había sido plena. Se había casado con el muchacho al que amó desde el primer día y tuvieron hijos. Estos estudiaron, se independizaron y formaron sus respectivas familias. El tiempo transcurrió, llegó el momento de su jubilación, su esposo tuvo un accidente y murió después de una larga agonía, y sus hijos se fueron a vivir al exterior buscando nuevos horizontes.

Su vida dio un vuelco de 180 grados. Todo lo que había logrado se había esfumado. Ya no tenía un motivo para luchar – al menos así lo creía. Se encerró en su casa, las enfermedades empezaron a acosarla y las únicas visitas eran al médico.

Las salidas a tomar el té con sus amigas pertenecían al pasado, las idas al shopping a comprar ropa y accesorios para verse y sentirse mejor habían terminado. Las llamadas a sus hijos y nietos se habían espaciado. Lo único que le quedaba era sentarse a esperar la muerte.

Un día un rayo de luz iluminó su vida. Mientras caminaba cansadamente dentro de su casa escuchó algo en la radio que actuó como un disparador para el cambio. El locutor decía “Las investigaciones revelan que la salud física no es el mejor indicador de un envejecimiento exitoso, lo que importa es la ACTITUD. Las personas que pasan mucho tiempo sociabilizando, leyendo o participando en actividades al aire libre envejecen mejor”.

En ese momento su cerebro hizo un clic y decidió cambiar su estilo de vida. Se anotó en un curso de fotografía, aprendió computación, empezó a crear blogs y dio clases de jardinería en la junta local. Decidió dejar de tomar tantos remedios automedicados y ahorró ese dinero para viajar más seguido y visitar a sus hijos y nietos.

Ya no era la vieja rezongona llena de complicaciones. Era una mujer plena, adulta mayor, feliz de poder estar más cerca de sus seres queridos, aunque fuera por chat. Se compró un celular, algo inimaginable años atrás. Se empezó a vestir a la moda, hasta retomó contacto con un viejo amigo de la adolescencia y comenzaron a salir juntos. Se sentía plena, con un bagaje de experiencia que fue acumulando en ese trayecto llamado VIDA. Juró que no se permitiría sentirse VIEJA e INÚTIL.

Lina, mi vecina, nos dio un ejemplo de vida que todos debemos emular.

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Sin palabras

El libro cayó del estante y al abrirse se esparció una cantidad de dinero. Antes de agacharse, Enrique miró en todas direcciones para saber si alguien lo estaba mirando. Se olvidó que a esa hora siempre estaba solo. Nadie podía verlo. Recogió el dinero y empezó a contarlo. Eran trescientos billetes de cien dólares que alguien se había tomado el trabajo de distribuir en cada página de ese libro que supuestamente nadie leería. Era un libro anticuado y de muy poco valor que su mujer había heredado de su abuelo.

Una rabia inmensa se apoderó de Enrique. Luisa siempre había sido tacaña, pero esto era la gota que desbordaba el vaso. Cómo no había confiado en él, después de haber vivido más de treinta años juntos. Tantos recuerdos se agolparon en su memoria, momentos en los que habían estado apretados y necesitaban dinero: tenían vencimientos a pagar, problemas de enfermedad y deudas a cancelar.

La muy ruin tenía ese dinero y nunca lo dijo. No se lo podía perdonar, esta vez había ido demasiado lejos. Enrique era bueno, pero no quería pasar por bobo. Si bien ya habían criado a sus hijos y no estaban ajustados económicamente, recordó las vacaciones que no se habían podido tomar, los regalos que no pudieron hacerles a sus hijos, las Navidades sin champagne o sin turrones españoles. Ya era demasiado tarde.

Se dirigió a su cuarto, sacó la valija de la parte de arriba del armario y tiró unas ropas dentro de ella. Buscó sus documentos, guardó dos fotos de sus hijos, escribió unas líneas en un papel que dejó arriba de la cómoda y se marchó. Siempre se consideró un hombre rico en afectos, en amigos y en raciocinio e imaginación para poder resolver situaciones cuando el momento lo ameritaba. Tenía dónde ir y se sentía con fuerzas para empezar de nuevo.

Luisa regresó a su casa como de costumbre y vio todo apagado. Se extrañó porque Enrique siempre la esperaba para cenar, sentado mirando televisión. “Debe haber ido al almacén de la esquina a comprar algo o tal vez se sintió mal y fue al sanatorio.” murmuró para sí.

Entró al dormitorio y vio la nota sobre la cómoda. No le extrañó porque Enrique le dejaba esquelas diciéndole que la amaba. Tomó el papel y lo leyó. Por primera vez en su vida se lamentó por no haber hablado antes.

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La casa vieja

¡Cuántos recuerdos se agolpan en mi mente! El lugar donde transcurrió mi niñez, donde compartí vivencias con mi familia, donde fui feliz.

La casa grande tenía una típica puerta gigantesca de buena madera labrada, un zaguán con escalones de mármol. Más adelante la cancel con vidrios esmerilados con firuletes de oro y las iniciales FG, con la misma letra que se usaba para bordar las sábanas de hilo. A ambos lados del zaguán había dos puertas, cada una conducía a un dormitorio; los dormitorios tenían pisos de tablas de madera.

Al atravesar la cancel se veía el living que antiguamente había sido un patio abierto y posteriormente lo cerraron con una claraboya enorme, corrediza. Del living se pasaba al gran comedor que había recibido a tanta gente, especialmente en los cumpleaños.

A excepción de los dos dormitorios que daban a la calle, con grandes ventanas con balcón, los demás eran ciegos y estaban ubicados uno a continuación del otro, a la derecha de un corredor, como en las estancias de antaño. Todas las habitaciones tenían techo de bovedilla.

Un baño enorme había sido dividido para que no fuera tan frío, la parte anterior servía de vestidor o toilette, donde las mujeres se arreglaban, se peinaban o maquillaban. La parte posterior era el baño propiamente dicho; lo que se destacaba era la antigua bañera de hierro fundido, enlozada, estaba separada de la pared y tenía apoyos simulando las patas de un león.

Al fondo, el comedor de diario, ahora con un cerramiento de vidrios de colores, antiguamente había estado abierto. Lo que resaltaba era un aljibe, rastro de un pasado lejano cuando se sacaba agua con un balde. La cocina, antigua, incómoda, con una mesada chica, antes había conocido una cocina a leña.

Lo que tengo grabado en mis recuerdos es un sótano que abarcaba algo así como la mitad de la casa. Dicen que se usaba para guardar vino, pero hubiera podido servir de escondite en alguna guerra. Se cuenta de una mujer, la Sra. Castelar, recluida durante muchos años por padecer de una enfermedad mental; su familia no quería mostrarla y la dieron por muerta.

Se habla también de un fantasma que vivía ahí y deambulaba por la casona. Era el fantasma de una tal señora Molina que murió escaldada cuando una empleada volcó una olla de agua hirviendo sobre su cuerpo.
A veces siento las quemaduras en mi piel, otras, el olor a humedad y a encierro del sótano. ¿Seré la reencarnación de la Sra. Molina, o de la Sra. Castelar? La felicidad de mi niñez se esfumó. Ahora convivo con los recuerdos desagradables de ese pasado tan trágico.



 

 

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Intolerante

¡Cómo pudo haber sido tan ruin!

Podía soportar todo excepto la infidelidad. Estaba tan claro como el agua: el perfume que se ponía antes de salir, las horas extras en el trabajo, la ropa mejor combinada, el dinero que no alcanzaba, la excusa de no almorzar o cenar en casa por salidas con viejos amigos.

Todos pensaban que era tan inocente que no se daba cuenta de la dura realidad. Herminia lo supo desde el principio, pero aguantó. Hasta ayer que apareció el cadáver de Pablo junto al de una mujer. Era su mejor amiga.

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¿Un santo o un demonio?

Y dio otro bocado. Tomó otro trago de su bebida preferida, pero Rasputín se mantenía en pie. ¿Cómo era posible que el Monje Loco siguiera vivo a pesar del cianuro agregado a su comida y a su bebida.

Luego una bala atravesó su cuerpo, pero él seguía vivo. Mientras escapaba, sus enemigos le dispararon hasta que cayó muerto. Eso fue lo que todos pensaron. Envolvieron el cadáver en una alfombra y lo tiraron al río.

Después se supo que su fallecimiento fue por asfixia. Quien mal anda, mal acaba.

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Cordura

Esa comida sabía a excremento. ¿Por qué tenía que aguantar a esa bruja que lo miraba con cara de asesina y que probablemente quisiera envenenarlo con esa comida hedionda? ¿Quién dijo que tenía que aguantar semejante tormento en la vida terrenal?

Se armó de coraje y le pidió a su médico de cabecera que lo internara en el manicomio. Ahora vive con gente como él y come comida sencilla, pero sabrosa.

Pedro está convencido de que los que se quedaron afuera de su sistema están enfermos y tienen tendencias homicidas. Todo depende del ojo con que se mire.

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Tierra mía

No quiero abandonarte, tierra mía. Es acá donde tengo mis raíces, donde me he convertido en hombre adulto, donde he sido feliz.

No me dejaste de lado aun cuando tus otros hijos estaban en problemas. No dudaste, tenías que ser justa con todos. La ayuda llegó, desinteresada, sin pedir nada a cambio.

Abriste tus brazos para recibir a muchas aves que tuvieron que volar de sus nidos. No te amilanaste cuando todo se derrumbaba y parecía que no había salida. El sol siempre sale cuando las nubes se esconden.

Eres ejemplo a imitar. ¿Sabes lo que siento por ti? Lo mismo que se siente por una madre. El cordón umbilical desapareció, pero los nutrientes que pasaron durante nueve meses me permitieron nacer y crecer sano.

Del mismo modo la savia corrió por las venas del árbol que pudo crecer robusto gracias a la riqueza del suelo de esta tierra, la nuestra.

Ese árbol soy yo, indoblegable hasta en la batalla más difícil. Me siento agradecido y orgulloso de ser tu hijo.

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